En los últimos años, y gracias a las reivindicaciones del movimiento feminista, los cuidados se han convertido en un tema de la agenda política pública. Sin embargo, esta visibilidad no siempre se ha complementado con acciones concretas para mejorar la materialidad de los cuidados en los espacios urbanos.
Los entornos urbanos son el escenario en el que se desarrolla nuestra vida cotidiana, en una estructura urbana que se define por los valores de una sociedad capitalista y patriarcal, dos sistemas que se retroalimentan. El sistema patriarcal naturaliza e invisibiliza las tareas reproductivas, por lo que también son olvidadas a la hora de planificar el territorio y diseñar políticas públicas.
Los entornos urbanos se han configurado a partir del dualismo público-privado que segrega el espacio según estos dos ámbitos y le asigna funciones específicas (productivo-reproductivo), a las que también se le atribuyen categorías genéricas (masculino-femenino). Nuestras ciudades continúan construyéndose a partir de la división sexual del trabajo, que sitúa los cuidados en el ámbito privado, responsabilizando casi exclusivamente a las mujeres de su desarrollo y priorizando las actividades productivas en el diseño del espacio urbano. La desvalorización social de los cuidados se traduce en políticas públicas que no incluyen las necesidades derivadas de la sostenibilidad de la vida cuando se planifican los espacios urbanos, se organizan los horarios o se diseñan programas culturales, sociales, deportivos o de ocio.
Dolors Comas d’Argemir[1] (1993) define los cuidados como todas aquellas actividades que se realizan para el bienestar físico, psíquico y emocional de las personas.
Se pueden clasificar los cuidados en directos e indirectos. Los directos se refieren a las actividades realizadas directamente con las personas a quienes se dirigen: dar de comer a un bebé, atender una persona enferma, charlar con una adolescente, etc. Los cuidados indirectos aluden a las actividades que tradicionalmente se denominaba como trabajo doméstico: limpiar la casa, la ropa, cocinar, hacer la compra y también todas las tareas de gestión y organización de los trabajos del hogar (Carrasco, Borderías y Turns, 2011[2]).
La dimensión social de los cuidados nos permite identificar, quiénes son las personas que proveen de cuidados, como a quienes son receptoras. En relación a quién los recibe, diferentes autoras feministas (Carrasco, Borderías y Torns[3]; Pérez Orozco y López Gil[4]; Herrero[5]) reivindican la dependencia como característica innata de los seres humanos, en contraposición a la quimera capitalista de la autosuficiencia y el individualismo, por lo tanto, todas las personas somos receptoras de cuidados. Sin embargo, la intensidad de cuidados que necesita cada persona son diferentes y éstos pueden incrementarse en ciertos momentos de la vida, que pueden tener que ver con el ciclo vital, pero también con estados de salud mental o sobrecarga de actividad. Reconocer la heterogeneidad de los cuidados permite visibilizar la diversidad de estructuras, herramientas y estrategias necesarias para proveerlos.
Por otro lado, la distribución de los trabajos de cuidados sigue recayendo principalmente en las mujeres, tanto si éstos son remunerados, como si se dan en el marco de la responsabilidad familiar y los roles de género. En el Estado español, las mujeres dedican el doble de horas semanas a los trabajos de cuidados según el INE; en América Latina y el Caribe las mujeres dedican un 19,6% de su tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado mientras que los hombres apenas un 7,3%, de acuerdo con los cálculos de la CEPAL.
Es importante analizar la feminización de los cuidados, ya que la falta de condiciones materiales adecuadas para cuidar, convierte al trabajo de cuidados es un vector que genera desigualdad, y que impacta en la economía, la pobreza de tiempo y la salud física y mental de las personas cuidadoras. Esta situación es transversal a las diferentes posiciones en relación con los cuidados: trabajadoras en el sector económico de los cuidados; cuidadoras de personas dependientes; o personas con diversidad funcional que se autocuidan o cuidan a otras personas.
Si pensamos en los cuidados desde su dimensión espacial, es decir, sobre cómo el espacio urbano acompaña a la heterogeneidad de actividades de cuidados que se desarrollan cotidianamente, es evidente que existen grandes carencias. Nuestros espacios urbanos no están pensados para proporcionar un apoyo físico para la vulnerabilidad, que es innata en la vida. Solo hay que prestar atención al espacio que ocupan los coches en las calles, a diferencia del espacio delimitado para las personas viandantes; el número de bancos en proporción a los asientos de terrazas en los espacios públicos; la falta de espacios para la atención a los cuidados como guarderías o centros para personas mayores; o las carencias dotacionales de baños públicos, fuentes o vegetación, entre otros muchos ejemplos.
En 2015, Col·lectiu Punt 6, apelando a la necesidad de un cambio de estructural de paradigma urbano, definimos el concepto de ciudad cuidadora, como una ciudad que te cuida, te deja cuidarte, te permite cuidar a otras personas y cuida del entorno y que pone a las personas en el centro de las decisiones urbanas teniendo en cuenta la diversidad de experiencias, necesidades y deseos.
El primer paso es analizar cuáles son los recursos, espacios y redes que existen para cuidar en cada territorio. Una vez identificados estos elementos pensar en cómo se puede coser el territorio, desde un paradigma de no crecimiento, sino de restauración, cooperación y conexión.
No existe una fórmula mágica para construir ciudades y territorios cuidadores, pero el espacio tiene que cumplir determinadas características, desde las diferentes escalas, para favorecer y facilitar las tareas y la gestión de los cuidados (tanto el autocuidado como el cuidado de otras personas): proximidad, continuidad, accesibilidad, conciliación, autonomía, corresponsabilidad, dotación, seguridad y habitabilidad.La transición hacia una ciudad cuidadora significa poner los cuidados en el centro desde una perspectiva política y feminista. Es decir, reivindicando que son imprescindibles para la sostenibilidad de la vida, pero sin construir una imagen idealizada y naif. Los cuidados nos comportan alegrías, aprendizajes, sentirnos acompañadas, pero también comportan esfuerzo, dolor, agotamiento, frustración y tristeza. Repensar los territorios desde las necesidades de los cuidados mejoraría las condiciones de vida materiales e inmateriales de muchas personas y fomentaría una sociedad corresponsable con los cuidados. El ámbito municipal es lo más próximo a la ciudadanía, por lo cual tiene la capacidad de conocer de manera más directa las necesidades de las personas en relación con la provisión de los cuidados, y también de proporcionar un apoyo material a estas. El papel de los municipios tiene que ser proporcionar un apoyo físico adecuado para satisfacer la red compleja de cuidados que es necesaria para sostener la vida. Afortunadamente, hoy tenemos ejemplos de municipios que están apostando por prácticas que dotan de contenido la reivindicación feminista de sostener la vida.
[1] Comas, d’Argemir, M D (1993) “Sobre el apoyo y el cuidado. División del trabajo, género y parentesco”. En Perspectivas en el estudio del parentesco y la familia, VI Congreso de Antropología FAAEE/Asociación Canaria de Antropología, Tenerife. 1993. p. 65-82.
[2] Carrasco, Cristina; Borderías, Cristina y Torns, Teresa (2011) “Introducción. El trabajo de cuidados: antecedentes históricos y debates actuals” En: Carrasco, Cristina; Borderías, Cristina y Torns, Teresa (ed) El trabajo de cuidados. Historia, teoría y políticas Colección economía crítica y ecologismo social, los libros de la Catarata
[3] Idem [4] Pérez Orozco, Amaia y López Gil, Silvia (2011) “Desigualdades a flor de piel: cadenas globales de cuidados: concreciones en el empleo de hogar y articulaciones políticas: concreciones en el empleo de hogar y articulaciones políticas” ONU Mujeres Santo Domingo[5] Herrero, Y. (2017) “Economía ecológica y economía feminista: Un diálogo necesario” En Carrasco Bengoa, C. y Díaz Corral, C. (eds.), Economía feminista: desafíos, propuestas y alianzas. n. a.: Entrepueblos/Entrepobles/Entrepobos/Herriarte, 121-142.