Ciudades CIDEU

¿Y si pudiéramos lograr que la ciudad nos cuidara?: una visión feminista de la ciudad

¿A poco un reglamento puede ser machista?”, me preguntó un periodista recientemente. “Debemos implementar la perspectiva de género, pero no sabemos cómo”, es una de las frases más comunes que escucho cuando se discute el tema con los equipos de gobierno, incluso de sociedad civil, que ha incorporado ese lenguaje en su portafolio sin saber por dónde se inicia el cambio sustantivo. “Es decir que tenemos que pensar en autobuses rosas?”, me dijeron en un taller con expertos en transporte. Hacer política pública con perspectiva de género va más allá de solo asegurarse que los documentos tengan lenguaje incluyente o pensar en campañas de acoso.

Tener políticas y proyectos con perspectiva de género es poder identificar si la política ayuda a reducir las desigualdades entre hombres y mujeres, entre los sectores más vulnerados por un sistema social diseñado para perpetuar estereotipos, roles y violencias que permiten que un sector de la población se beneficie de las vulnerabilidades de otro sector.

Para entender cómo podemos ver una política pública con perspectiva de género, debemos reconocer que vivimos en un sistema sexo-genérico que asigna estereotipos y roles sociales a las personas de acuerdo al sexo con el que nacemos. A las mujeres “nos toca” privilegiar el cuidado de la familia por encima del desarrollo profesional o la independencia económica, nuestro trabajo se concibe como una obligación y, por lo tanto, no se remunera. Aprenderemos cómo cubrir nuestras necesidades en la ciudad a pesar de que la ciudad que no se diseña para facilitarnos esas tareas. A los hombres “les toca” proveer, ser productivos, llevar el sustento al hogar.

Muchos trabajos se diseñan para perpetuar esta división sexual del trabajo, estableciendo condiciones de acceso sólo para las personas que pueden dedicar su tiempo al trabajo porque hay alguien más que cuida de la familia. Los trabajos no son masculinizados, solamente están diseñados para que una mujer que tiene labores de cuidado no pueda cumplir con los requisitos de acceso o permanencia. Lo vemos también en la arquitectura: los reglamentos exigen mejores condiciones de habitabilidad para las salas que para las cocinas, los baños de hombres no cuentan con cambiadores para bebes, o que el baño de mujeres no siempre facilita nuestra higiene menstrual.

En transporte, por ejemplo, seguimos pensando que los viajes más importantes son de ida y vuelta a la escuela y al trabajo, agrupando los “otros” viajes en categorías que no importan. Estos “otros” son viajes de cuidado (Madariaga, 2013), hechos principalmente por mujeres: viajes de compras, trámites, salud, acompañamiento de terceras personas, asistencia, etc. Estos viajes de cuidado, realizados principalmente por mujeres, llegan a contar cerca del 40% de los viajes en una ciudad y la planeación actual simplemente los ignora. Al ser concatenados y no lineales -de ida y vuelta-, los ingenieros en transporte suelen decir: “son costosos de levantar y difíciles de analizar”. Esto provoca que los sistemas de transporte respondan a quienes hacen viajes “fáciles”, es decir, pendulares, olvidando los viajes en cadena que necesitan más conexión, mayor flexibilidad y una mejor infraestructura de acceso.

Otro ejemplo es el diseño de parques y espacios públicos. En un viaje reciente a La Paz, me llamó la atención la gran cantidad de canchas de fútbol que se adecuaban por todos los rincones. “Nuestro presidente apoya mucho al deporte, aunque nuestro equipo nacional no es bueno”, me dijo una funcionaria municipal. Le pregunté: ¿Qué juegan las mujeres?, ¿Dónde juegan ellas? Ahí se dio cuenta de que nunca había pensado que para ellas no había una inversión tan grande para su deporte de preferencia.

Así como zonificamos la ciudad, hacemos los parques, áreas deportivas monofuncionales, encerramos a la niñez en jaulas de juegos y reducimos al mínimo la vegetación para ahorrar en mantenimiento. Aun cuando la percepción de inseguridad es más alta para las mujeres, las banquetas las diseñamos al mínimo, la iluminación se dirige al vehículo y no a la banqueta, suelen no existir rampas, pasos peatonales continuos, múltiples obstáculos, se elimina la sombra porque la vegetación es costosa de mantener, y así hacemos que caminar sea difícil. Diseñamos desde la función de recreación o de traslado, y no de cuidado. Nos preocupamos porque existan los espacios, pero no cómo deben funcionar para las personas más vulnerables se sientan seguras en ese espacio.

Cuando tomamos decisiones por y para la ciudad, las hacemos con base en nuestra propia experiencia de vida en la ciudad. Pero cuando esas decisiones solo se han hecho por una parte de la población que conoce un rol, el otro se ignora y por lo tanto sus necesidades se olvidan. ¿Por qué pedimos más presencia de mujeres y grupos diversos en los espacios de toma de decisión? justamente para poder cubrir ese hueco de información que pone en la mesa una experiencia de vida diferente.

Por dónde empezamos: primero, reconociendo cómo estos roles y estereotipos de género están presentes en nuestra vida y nuestra profesión; segundo, exigiendo que todas nuestras mediciones, datos o indicadores tengan datos desagregados por sexo y edad, procurando incluir las condiciones que identifican grupos en situaciones de vulnerabilidad, tales como personas con discapacidad, condición social, etnia, entre otras, de otra forma no podremos identificar las diferencias; y tercero, preguntarnos si lo que estamos diseñando ayudará a cuidarnos o nos vulnera.

Desde el feminismo empujamos un cambio de paradigma de pasar de un estado proveedor a un estado cuidador. Lograr ciudades que cuiden y no solo que produzcan. La productividad en nuestro sistema capitalista siempre se sostendrá en una parte de la población que realiza trabajo no remunerado de cuidado.

¿Cómo sería una ciudad si la diseñáramos desde la perspectiva de las mujeres? Sería sin duda una ciudad cuidadora, una ciudad cercana que nos facilite los traslados, el acceso a servicios y trabajo cerca de las viviendas, de nuestra red de cuidados; porque caminamos, cargamos cosas, acompañamos personas, nos cansamos, nos cuidamos, vigilamos a otros o a nuestro entorno, construimos redes de apoyo, formamos comunidad. Es necesario que el estado invierta más en el cuidado y para eso se requiere que re-pensemos la ciudad y sus mecanismos desde la perspectiva de género, que erradique roles y nos enseñe que la labor de cuidado nos toca a todos y todas por igual.

Bibliografía:

  • Sánchez de Madariaga, I. (2013). The Mobility of Care: A new Concept in Urban Transportation. In Sánchez de Madariaga, I., & Roberts, M. (Eds.), Fair Share Cities: The Impact of Gender Planning in Europe. London: Ashgate.
Estándar

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *