Dice Paolo Virno en Gramática de la multitud que lo que caracteriza a las sociedades posfordistas es que lenguaje y trabajo se han fundido. Antes las fábricas eran mudas, meras coreografías mecánicas, pero ahora que todo se puede traducir en conocimiento y datos, el lenguaje se ha convertido en terreno de conflicto y, a la vez, en lo que está en juego. Si todo es conversación, como reza también el Manifiesto Cluetrain, la ciudad es su escala de interoperabilidad predilecta, el espacio para el diálogo y la deliberación por antonomasia.
Las ciudades se reivindican desde hace años como grandes repositorios de talento dispuestas a conectarse a las constelaciones de oportunidades globales, al mismo tiempo que procuran diseñarse a sí mismas como ecosistemas autosuficientes orientados a la sostenibilidad de la vida y la gestión de la complejidad. Conciliar ambas pulsiones es el dilema central de los debates contemporáneos sobre lo urbano.
La Planificación Estratégica Urbana es una herramienta al servicio de este propósito. El problema es que el futuro es cada vez menos previsible y menos lineal. Las masas se han convertido en multitudes y los grandes relatos se han diluido en un caleidoscopio de diferencias e identidades que enriquecen la conversación, pero dificultan el consenso. La finitud de los recursos está desorientando la flecha del progreso. Algunos significados cardinales están mutando, más ya no tiene porqué significar mejor. La digitalización ha desbordado el monopolio del tiempo y el espacio que ejercía la ciudad, deslocalizando el poder lejos de los gritos de los indignados, que miran ahora hacia unos gobiernos cada vez más impotentes. Y todos estos cambios suceden sin que se hayan solucionado ninguno de los grandes desafíos que arrastramos de las décadas anteriores, entre los que sobresale el déficit estructural de igualdad de oportunidades que alimenta, a su vez, los demás problemas y se enreda con ellos hasta convertirlo todo en una maraña impenetrable.
En este contexto, parece razonable buscar atajos a la complejidad, obviar las incertidumbres, sistematizar las herramientas, estandarizar los procesos y simplificar las respuestas. Buscar entre el catálogo de metodologías y buenas prácticas, analizar lo que funcionó bien allá y traerlo acá. El problema es que estas tácticas de transposición de recetas y proyectos muchas veces no funciona, y cuando lo hace, muchas veces no sabemos exactamente porqué. Resulta que una metodología exitosa en la ciudad vecina no nos sirve en la nuestra o un programa innovador de un departamento no termina de adaptarse a otro. Y no pocas veces sucede que replicamos un proyecto que parece funcionar bien al principio, pero, pasado un poco de tiempo acaba languideciendo.
Desde esta experiencia, que resultará muy común a la mayoría de estrategas urbanos, convocados por la XXVII Cumbre de Jefes de Estado (SEGIB), preparamos el informe Instituciones que Aprenden, un trabajo que reivindica una actitud más humilde de las organizaciones ante la enormidad de los retos civilizatorios, y las invita a reconocer primero, y a acelerar después, un proceso de transformación sistémica partiendo de la premisa de que ningún problema complejo se aborda con soluciones simples.
Mientras las organizaciones tradicionales, jerárquicas, cerradas, burocratizadas y compartimentalizadas, se muestran cada vez más ajenas e incapaces ante a unos retos transversales y poliédricos; se hacen más precisas una nueva generación de instituciones más abiertas, flexibles, empáticas y democráticas. Pensar sistémicamente significa además insertar las organizaciones en el flujo de conversaciones, tanto a nivel local como global, para posicionarlas como un agregadoras de voluntades y catalizadoras de energías, lo que nos aproxima a la noción de los ecosistemas de innovación.
Concebir las principales instituciones públicas y sociales de la ciudad como redes de deseos, afectos y complicidades, como potenciales hubs de innovación y creatividad urbana –los famosos ecosistemas de innovación-, nos conduce a preguntarnos cuáles son las dinámicas que caracterizan estos entornos y qué pistas podemos seguir para diseñar las cartas astrales con las que navegarlos. Tras un análisis de los ecosistemas más prestigiosos del mundo, el estudio de la ciencia de redes como gramática transdisciplinar, la búsqueda de un marco ético en la cultura hacker y la puesta en marcha de un proyecto como prueba de carga (Frena la Curva), hemos sintetizado el proceso de conformación de estos ecosistemas en seis vectores (Open, Trans, Fast, Proto, Co y Tec). Es lo que llamamos Hexágono de la Innovación Pública (HIP)
Tenemos la intuición de que los seis vectores del HIP pueden ayudarnos a transformar la caja negra en la que se ha convertido la ciudad en un lugar con más luz, canalizando el conflicto hacia la producción de valor social, transformando el caos en creatividad, la desorientación cosmopolita en comunidades de sentidos comunes y la cacofonía de intereses en deliberación virtuosa.
Si quieres saber más sobre el modelo HIP como vector de innovación puedes ver la conversación que tuvimos en CIDEU “Transformar las ciudades por medio de la innovación pública” Aquí.