Ciudades, Innovación

La innovación urbana frente a la complejidad

Un tsunami de complejidad nos ha estallado en la cara y las ciudades se reivindican como cúmulos de problematización. Nudos de oportunidades y de desafíos, en cuyo enrevesamiento se atisban no tanto las soluciones como las preguntas que debemos hacernos.

El cambio climático, el Covid-19, la Guerra de Ucrania, la desigualdad económica, la carestía de la energía, la digitalización de la economía, la polarización del mercado de trabajo, la desaparición de la economía local en favor de los nuevos oligarcas digitales, el vaciamiento de los centros urbanos, la obesidad infantil, el auge de los discursos de odio, la caída de la confianza en la democracia, la sobredosis de individualismo o la dilución de las redes comunitarias… emergen como problemas complejos o wicked problems que desbordan las capacidades de nuestras organizaciones tradicionales.

Hace falta una nueva generación de instituciones, profesionales y herramientas, que aborden la complejidad cara a cara, sin caer en el reduccionismo, confederando voluntades y ensamblando miradas, canalizando energías desde abajo, integrando epistemologías populares, agregando aproximaciones transdisciplinares para inaugurar un tiempo nuevo que reimagine y redefina la ciudad.

Porque la ciudad no es un conjunto de datos, ni de indicadores, ni de objetivos. La ciudad no es una empresa que hay que gestionar. Tampoco es un coche o una nave espacial que hay que conducir. La ciudad no es un programa, una memoria o un estudio. La ciudad no es una tesis, un paper o un TFG. La ciudad no es una competición, un posicionamiento o una estrategia. La ciudad no es una historia, un relato o un personaje. La ciudad no es una marca, un recurso turístico o un plan de explotación. La ciudad no es un producto, ni un paquete, ni una experiencia…

La ciudad no se puede diseccionar en centro y periferia, en residencial y comercial, en norte y sur, en hardware y software, en naturaleza y cultura, en histórico y contemporáneo, en mainstream y underground

La ciudad es un todo, un todo vivo, interdependiente, dinámico, vulnerable, afectivo e interactivo, que ya no tiene ni principio ni fin. Que desborda su territorio en la nube, que escapa de toda racionalidad y se ríe –jocosa- del management. La ciudad es un crisol de voces y conflictos, un big bang sostenido que reparte y concentra vínculos y enlaces. Es el epicentro distribuido de la globalización, un sistema central de constelaciones humanas como se observa satelitalmente.

Vectores HIP

Lo urbano exige un reenfoque sistémico, para componer una sinfonía múltiple, siempre inacabada, siempre imperfecta y, a menudo, poli rítmica, como una pieza de jazz en una jam session infinita.

Tomando la caja de herramienta que creamos para el Hexágono de la Innovación Pública (HIP), sabemos que se puede repensar la estrategia en clave de innovación urbana, para crear una enorme y fecunda conversación basada en seis vectores virtuosos:

  • Trans / Mezclar / Conexiones transversales, romper los silos, unir puntos improbables, que hablen los diferentes entre sí, hibridar, mestizar.
  • Open / Abrir / Conversaciones en dos direcciones, escucha, empatía, dilución del dentro y el afuera.
  • Co / Colaborar / Conectar emociones, tejer relaciones, compartir destinos, fortalecer lo colectivo, crear comunidades, combatir el hiper individualismo.
  • Fast /Agilizar / Acortar distancias, multiplicar la productividad de las conversaciones, priorizar lo importante frente a lo urgente, cuidar el tiempo para lo íntimo y lo común.
  • Tec / Digitalizar / Multiplicar la conectividad, posibilitar la escala y el impacto, pensar nativamente en red, explotar su ubuicuidad, confrontar lo tedioso, liberar abundancia y canalizar stock de energía social.
  • Proto / Experimentar / Prefigurar el futuro, diseñar el mañana, reducir la abstracción de la conversación, prototipar las visiones, convertir las ideas en elementos sensibles.

Todo ello para acercarnos a un gran objetivo: transformar la planificación estratégica urbana en un activador de ecosistemas de innovación y, de esta manera, abordar de forma sistémica los retos contemporáneos de las ciudades desde visiones, deseos y afectos compartidos. Así, ante los retos que tenemos delante, podremos pensar en ciudades donde vivir una vida mejor y diferente.

Para profundizar en esta temática, los autores de este artículo hemos lanzado junto a CIDEU, el curso HIP Ciudades: Innovación Urbana Transdisciplinar, una formación inédita y pionera para estrategas y agentes urbanos/as creada desde la mayor transversalidad de conocimientos, tácticas y estrategias para atender los desafíos de diseñar y gestionar nuestras ciudades. Encontrarán más información haciendo clic en este enlace.

Estándar
Ciudades, Innovación

La ciudad como conversación

Dice Paolo Virno en Gramática de la multitud que lo que caracteriza a las sociedades posfordistas es que lenguaje y trabajo se han fundido. Antes las fábricas eran mudas, meras coreografías mecánicas, pero ahora que todo se puede traducir en conocimiento y datos, el lenguaje se ha convertido en terreno de conflicto y, a la vez, en lo que está en juego. Si todo es conversación, como reza también el Manifiesto Cluetrain, la ciudad es su escala de interoperabilidad predilecta, el espacio para el diálogo y la deliberación por antonomasia.

Las ciudades se reivindican desde hace años como grandes repositorios de talento dispuestas a conectarse a las constelaciones de oportunidades globales, al mismo tiempo que procuran diseñarse a sí mismas como ecosistemas autosuficientes orientados a la sostenibilidad de la vida y la gestión de la complejidad. Conciliar ambas pulsiones es el dilema central de los debates contemporáneos sobre lo urbano.  

La Planificación Estratégica Urbana es una herramienta al servicio de este propósito. El problema es que el futuro es cada vez menos previsible y menos lineal. Las masas se han convertido en multitudes y los grandes relatos se han diluido en un caleidoscopio de diferencias e identidades que enriquecen la conversación, pero dificultan el consenso. La finitud de los recursos está desorientando la flecha del progreso. Algunos significados cardinales están mutando, más ya no tiene porqué significar mejor. La digitalización ha desbordado el monopolio del tiempo y el espacio que ejercía la ciudad, deslocalizando el poder lejos de los gritos de los indignados, que miran ahora hacia unos gobiernos cada vez más impotentes. Y todos estos cambios suceden sin que se hayan solucionado ninguno de los grandes desafíos que arrastramos de las décadas anteriores, entre los que sobresale el déficit estructural de igualdad de oportunidades que alimenta, a su vez, los demás problemas y se enreda con ellos hasta convertirlo todo en una maraña impenetrable.

En este contexto, parece razonable buscar atajos a la complejidad, obviar las incertidumbres, sistematizar las herramientas, estandarizar los procesos y simplificar las respuestas. Buscar entre el catálogo de metodologías y buenas prácticas, analizar lo que funcionó bien allá y traerlo acá. El problema es que estas tácticas de transposición de recetas y proyectos muchas veces no funciona, y cuando lo hace, muchas veces no sabemos exactamente porqué. Resulta que una metodología exitosa en la ciudad vecina no nos sirve en la nuestra o un programa innovador de un departamento no termina de adaptarse a otro. Y no pocas veces sucede que replicamos un proyecto que parece funcionar bien al principio, pero, pasado un poco de tiempo acaba languideciendo.

Desde esta experiencia, que resultará muy común a la mayoría de estrategas urbanos, convocados por la XXVII Cumbre de Jefes de Estado (SEGIB), preparamos el informe Instituciones que Aprenden, un trabajo que reivindica una actitud más humilde de las organizaciones ante la enormidad de los retos civilizatorios, y las invita a reconocer primero, y a acelerar después, un proceso de transformación sistémica partiendo de la premisa de que ningún problema complejo se aborda con soluciones simples.

Mientras las organizaciones tradicionales, jerárquicas, cerradas, burocratizadas y compartimentalizadas, se muestran cada vez más ajenas e incapaces ante a unos retos transversales y poliédricos; se hacen más precisas una nueva generación de instituciones más abiertas, flexibles, empáticas y democráticas. Pensar sistémicamente significa además insertar las organizaciones en el flujo de conversaciones, tanto a nivel local como global, para posicionarlas como un agregadoras de voluntades y catalizadoras de energías, lo que nos aproxima a la noción de los ecosistemas de innovación.

Concebir las principales instituciones públicas y sociales de la ciudad como redes de deseos, afectos y complicidades, como potenciales hubs de innovación y creatividad urbana –los famosos ecosistemas de innovación-, nos conduce a preguntarnos cuáles son las dinámicas que caracterizan estos entornos y qué pistas podemos seguir para diseñar las cartas astrales con las que navegarlos. Tras un análisis de los ecosistemas más prestigiosos del mundo, el estudio de la ciencia de redes como gramática transdisciplinar, la búsqueda de un marco ético en la cultura hacker y la puesta en marcha de un proyecto como prueba de carga (Frena la Curva), hemos sintetizado el proceso de conformación de estos ecosistemas en seis vectores (Open, Trans, Fast, Proto, Co y Tec). Es lo que llamamos Hexágono de la Innovación Pública (HIP)

Tenemos la intuición de que los seis vectores del HIP pueden ayudarnos a transformar la caja negra en la que se ha convertido la ciudad en un lugar con más luz, canalizando el conflicto hacia la producción de valor social, transformando el caos en creatividad, la desorientación cosmopolita en comunidades de sentidos comunes y la cacofonía de intereses en deliberación virtuosa.

Si quieres saber más sobre el modelo HIP como vector de innovación puedes ver la conversación que tuvimos en CIDEU “Transformar las ciudades por medio de la innovación pública” Aquí.

https://raulolivan.com/acerca-de/
Estándar
Ciudades, Innovación

Ciudades de plataforma: ¿nuevo paradigma urbano?

Desde fines del año pasado, producto de la pandemia de la COVID-19, las ciudades han sufrido el embate de una crisis multidimensional de consecuencias impredecibles. La pandemia no solo trajo cambios en la vida cotidiana de las sociedades urbanas, sino también en las dinámicas y estructura de las urbes. Estas mutaciones ya se prefiguraban en los ámbitos sociales, económicos, culturales y, sobre todo tecnológicos, pero se aceleraron significativamente en esta coyuntura pandémica.

De allí que muchas actividades materiales, propias de la ciudad, se trasladan hacia el mundo virtual, cuestión que, con la pandemia y las políticas adoptadas, se generalizan. Hoy se vive la masificación de la Teleeducación, Telecomercio, Teletrabajo, Telegobierno, Telesalud, actividades urbanas, que conducen a la mutación de la urbanización, bajo la lógica de lo que podría denominarse teleciudad; esto es, de un tránsito de la ciudad material (urbs) hacia otra de carácter virtual. En esta línea, la infraestructura de plataforma produce un viraje sustancial en la ciudad.

Ciudades de plataforma

El auge de las plataformas digitales significa un nuevo modelo de economía, sustentado en la descentralización productiva y en la flexibilización laboral global (Todolí, 2015). Se trata de una estructura económica flexible que no invierte en bienes (taxis, viviendas, fábricas y comercios) pero sí usufructúa de ellos. En este nuevo orden económico el consumo es impuesto por la oferta, como el pequeño capital y la fuerza de trabajo son colocados en el papel de colaboradores, lo cual le exime al capital del reconocimiento de derechos laborales y del pago de impuestos (evasión fiscal). Esta economía colaborativa, de tendencia neoliberal, evade las normas legales para obtener mayor ventaja y eficiencia económica, gracias al uso intensivo de bienes y recursos de propiedad de terceros. A ello se añade la inteligencia artificial que articula, por un lado, información proporcionada inconscientemente por la población y procesada por algoritmos que determinan sus comportamientos sociales; y por otro, al productor y al consumidor bajo una misma figura (prosumidor) Carrión y Cepeda, 2020).

Las infraestructuras urbanas, que son la base material de la ciudad, se trasladan al mundo remoto de las plataformas, configurando un nuevo paradigma urbano sustentado en el tránsito del espacio de los lugares al de los flujos (Castells, 1974) cuestión que se acrecienta con las políticas de reclusión en el mundo doméstico, acelerando, potenciando y masificando el uso de las tecnologías. Aquí tres ejemplos de la metamorfósis:

  • La urbe se configura a partir de un triple ensamble estructural: i) la ciudad físico material; ii) la ciudad de los imaginarios urbanos; y iii) la teleciudad. La urbanización transita desde su constitución original de la contradicción campo y ciudad; sigue con la consolidación de la ciudad nuclear o central; luego con la formación de un sistema urbano (ciudad global); para llegar al momento actual de la superabundancia tecnológica, con la teleciudad, que expresa una nueva articulación del ciberespacio (software) con su contraparte material (hardware) en el domicilio y en las centralidades convertidas en los nodos de articulación global, evidenciando una nueva articulación del espacio virtual -interfaz neuronal- con el material -la bóveda-[1].
  • La teleciudad comprende una nueva realidad urbana que abarca al conjunto de las actividades que se despliegan en las plataformas multiuso, altamente flexibles y dúctiles. Allí se ubican los servicios de la vida cotidiana, produciendo una reorganización espacial de las ciudades, a partir de tres modificaciones interrelacionadas: La Relocalización de las actividades principales de producción y consumo de bienes, servicios y trabajo, del mundo físico-material al virtual, con lo cual el mundo telemático se acrecienta[2]. La Deslocalización del trabajo y los servicios de zonas urbanas tradicionales hacia otras ciudades o periferias de regiones urbanas, provocando la desinversión en las zonas urbanas centrales[3]. Y la Alocalización del trabajo, porque se contrata desde cualquier lugar del mundo en función del precio y calificación de la fuerza de trabajo; como también los servicios pierden localidad debido a su carácter global, con ofertas producidas en cualquier lugar, pero comercializadas por plataformas con requerimiento de pago electrónico.
  • Las nuevas desigualdades urbanas que nacen de la economía colaborativa (brechas tecnológicas) se suman a las históricas, provenientes del marco jurídico (legal/ilegal; formal/informal) y de la soberanía del consumidor (oferta/demanda). En la era del fordismo la constante y acelerada movilidad significó un auge del sector automotriz y, por lo tanto, el crecimiento acelerado de las ciudades, mientras en la actualidad la necesidad de movilidad se reduce, pero aumenta la demanda de conectividad. El modelo fordista de producción aumentó el ejército de trabajadores localizados en las cercanías de las zonas industriales y periféricas, cuando ahora significa la precarización y el aumento del ejército de reserva en condiciones de informalidad.

Conclusiones

El paso de una ciudad material a una teleciudad, inscrita en un sistema global de interconexión, se presenta como un reto más de las políticas urbanas actuales. ¿Cómo hacer política urbana desde un gobierno local cuando el grueso de las actividades más significativas se ubica en el ciberespacio, son globales y de carácter privado? ¿Cómo definir políticas urbanas integrales a partir de los fragmentos provenientes de una inteligencia artificial adscrita a un sistema global de interconexión? Por lo tanto, la aparente paralización de las ciudades en este último año no fue total, pero sí bastante desigual, gracias a los cambios que la tecnología está introduciendo en nuestras ciudades; uno de ellos es la profundización de la precarización laboral, la informalidad y las brechas de acceso tecnológico que aumentan la inequidad.


[1] Metáfora del robo del siglo: antes se debía entrar a la bóveda del banco para hurtar, mientras ahora es al cerebro de la computadora.
[2] “El trabajo remoto al menos una vez por semana ha crecido un 400% desde 2010” (Businesswire, 2020)
[3] “Londres la mitad de las constructoras piensan reducir sus proyectos ante una previsible caída del 20-30% de las tasas de ocupación de oficinas”. (Política Exterior, 2020)


Referencias

  • Carrión, F y Cepeda, P (2020). “Ciudades de plataforma: la uberización”, en Revista Foro No 101, Bogotá.
  • Castells, M. (1974). La cuestión urbana. Madrid: Marsilio Editori.
  • Todolí, A. (2015). El impacto de la Uber Economy en las relaciones laborales: los efectos de las plataformas virtuales en el contrato de trabajo. IUSLabor.
Estándar
Ciudades, Innovación

Ciudades digitales: una oportunidad ante la crisis de la COVID-19

Las ciudades son entes complejos, vivos, cambiantes y mutantes, por lo que deben de ser analizados bajo enfoques holísticos. A pesar de que la crisis de la COVID-19 nos ha cambiado la vida a todos, la forma de trabajar, la forma de estudiar, de vivir, pero sobre todo de convivir; no podemos ni siquiera imaginar que la nueva normalidad implique dejar las ciudades y regresar al campo. Las ciudades conservan y continuarán conservando el rol principal y protagonista en la convivencia social.

Las ciudades son motores económicos y focos de coagulación social, llenos de retos que resolver, convirtiéndose en el campo de batalla para mejorar la vida de sus habitantes. Más del 52% de la población humana habita en ciudades, que ocupan más del 2% de la superficie de la tierra, más del 75% de consumo de energía se genera en las ciudades y más del 80% de los contaminantes son producidos en ellas.

Aquí es donde la tecnología juega un rol demasiado importante. Nuestra sociedad se ha transformado de agrícola a industrial a post industrial a sociedad de información, y su nueva mutación es a sociedad del conocimiento.

Tenemos que cambiar el paradigma en la visión que creíamos correcta de transformar y planear el territorio. Nuestras ciudades, que solemos pensar solamente como un espacio físico o territorio, en realidad tienen un gemelo digital, donde los habitantes que convivimos en ellas vamos dejando rastros en nuestra manera de utilizar la ciudad.

Estos rastros digitales tienen consecuencias y efectos sobre las personas que los crean o que los generan. Cómo analizar esos datos, esa capacidad de organizar la información en búsqueda de un resultado, nos da la capacidad de utilizarlos.

Hoy en día, el 80% de los datos públicos se encuentran en manos privadas. Datos que nos permiten crear y descubrir realidades invisibles, que a partir de nuevos métodos nos permiten cerrar la escala macro de tendencias sociales, a escala micro, de región o ciudad a comunal, de barrio o inclusive colonia a manzana. No podemos pensar al ser humano que socialmente no rebote ideas cara a cara, a esto se le llama comunicación. Debemos reinventar la correlación entre la distancia espacial y la colaboración, porque las ciudades nunca dejarán de ser polinizadoras de ideas.

Se trata de encontrar datos en tiempo real, que, analizados, ordenados y codificados, nos ayuden a generar grandes resultados para resolver necesidades humanas. Estas realidades invisibles nos permiten replantear o reinventar soluciones a nuestros problemas urbanos.

También debemos ser conscientes de que la tecnología tiene un lado obscuro, que puede afectar a la gobernanza democrática, por la privatización de los datos públicos. Tendríamos que resolver, quién debe ser el dueño de los datos, quién los genera y quién los almacena, pero esto es tema de otro gran debate.

En las ciudades lo público y lo privado está sumamente entrelazado, es el rol del Estado administrar y regular esta correlación, pero ahora el espacio público no solo es espacio físico, sino también virtual. En este proceso de aprendizaje hay que involucrar los actores sociales y la sociedad civil, para definir las reglas y hacer que la transición digital no se monetice y se convierta en una solución para todos.

Hemos visto cómo a través de las redes sociales las protestas virtuales generan grandes cambios en el contexto social y político. Estamos creando una posverdad, ya que no todo lo que se informa es cierto, cambiando la función y las posturas del ser humano ante sus semejantes, alterando este equilibrio funcional, convirtiendo a la tecnología y a sus instrumentos como las prácticas políticas de hoy.

Pero finalmente el costo tecnológico por metro cuadrado sigue y seguirá siendo siempre menor que el de la infraestructura física. El gap digital se está ejecutando en tiempos muy cortos, mucho menores al crecimiento mismo de la infraestructura física. El futuro digital ya llegó, es perfectamente asequible para nuestras comunidades latinoamericanas. Es una realidad del mundo: donde avanzan las tecnologías, avanzan en paralelo las sociedades.

Para conocer algunos ejemplos de la tecnología al servicio de las ciudades, recomiendo acceder al Senseable City Laboratory del Instituto Tecnológico de Massachusetts, que, como ellos mismos citan, desarrolla e implementa herramientas para aprender sobre las ciudades y para que las ciudades puedan aprender sobre nosotros.

Estándar