Debemos diferenciar el
urbanismo del proyecto. Aunque a veces se ha dicho que unos buenos proyectos de
arquitectura, localizados estratégicamente, hacen al fin un buen urbanismo. La “acupuntura
urbana” que tanto se ha utilizado en Barcelona es una clara muestra de ello.
Sin embargo, hoy estamos hablando de cuestiones diferentes. El mal llamado urbanismo táctico, hace que
todo el mundo se entienda, pero en la realidad existe una gran diversidad de
acciones y muchas no tienen nada de táctica, ni de urbanismo. Esta
herramienta tiene indudables valores si sabemos por qué la aplicamos, dónde lo
hacemos y, en especial, los motivos de la actuación. Al menos, deberíamos
establecer 7 principios básicos para que un proyecto sea considerado táctico:
1. El carácter universal del uso y la facilidad de ejecución son sin duda
unas cualidades indispensables que nos aproximan a lo que debería ser el
proyecto táctico. Universal entendido como para todas las personas, para
ser usado de forma colectiva y cotidiana sin restricciones y donde sólo el
lugar definirá las limitaciones. La capacidad de ejecución será el complemento.
Un proyecto táctico es una idea que ejecutamos y como tal, debe ser precisa y
concisa para ser bien comprendida.
2. No existen proyectos tácticos si éstos no parten de la gente.Las administraciones pueden ejecutarlos y
concretarlos, pero el impulso de las personas será definitivo. En especial
para validar su necesidad de implantación y para verificar el uso correcto del
lugar que la ciudadanía conoce con precisión. El arquitecto lo interpretará
haciendo un proyecto, sin necesidad de adjetivos.
3. No queremos, no debemos, embellecer la ciudad con la táctica. No se
trata de poner colores en el suelo, ni de realizar siempre intervenciones
artísticas. En la modestia está su virtud y su capacidad para convertirse
en una estrategia. Un proyecto táctico es el primer escalón para iniciar un
cambio de modelo urbano en el espacio público. Si no buscamos esta finalidad,
sólo será un pavimento absurdo coloreado.
4. La temporalidad y la adaptación al cambio serán su esencia. No se
trata de realizar un proyecto estructural que nos indique cómo podemos repensar
la ciudad, sino que es un paso previo a cómo rehacerla con un nuevo sentido y
huyendo de viejos eslóganes. En realidad, un proyecto táctico nunca estará
terminado ya que es un tránsito hacia una nueva situación.
5. La ciudad está llena de nuevas oportunidades y los proyectos tácticos
son una de ellas para definir un nuevo modelo más naturalizado y especialmente
con mayor biodiversidad. Aquí volvemos a la idea de no embellecer, sino de
volver a formular el espacio público con nuevos valores y para unas nuevas
situaciones quizás todavía poco concretas. Donde hoy encontramos un automóvil
mañana puede haber un árbol.
6. Con demasiada
frecuencia, se confunde el bajo coste con el proyecto táctico. Yo diría que
esta cuestión es indiferente al proyecto que tendrá que costar lo necesario
para conseguir su ejecución. Un proyecto
no es bueno por su presupuesto, lo es por sus valores culturales y sociales, es
decir, por su arquitectura.
7. Un proyecto táctico es un proyecto incluido en una estrategia de ciudad
extensa, diversa y que puede ubicarse donde sea necesario del territorio. No
puede ser una excepción en el centro de la ciudad o una fotografía bien tomada.
Black Lives Matter, 16th Street NW, Washington DC
En resumen, los proyectos tácticos, hoy en día, son una
herramienta necesaria para proponer un cambio rápido en el modelo urbano del
espacio público de nuestras ciudades. Pero, para que sean realmente
eficaces han de alejarse de falsos mitos y han de dejar de reproducir imágenes
falsamente estéticas que encontramos en internet. Los proyectos han de significar nuevas situaciones que nos avancen
hacia una ciudad más próxima, un lugar más cotidiano donde la gente pueda realizar
sus actividades diarias con una mayor confortabilidad y equidad. La ciudad
del mañana ha de ser un hábitat saludable donde los índices de proximidad
definidos por el espacio público, la intensidad de los equipamientos y la cercanía
al transporte público, serán los garantes de unos nuevos estándares urbanos más
sostenibles.
La necesidad de
transformar la ciudad en un momento de emergencia climática es un hecho
presente que no podemos eludir y para ello debemos aplicar todos los
instrumentos que tengamos a nuestro alcance. Un nuevo diseño del espacio
público es básico ya que en este reside, en gran parte, la capacidad de la
ciudad en generar ciudadanía. La inversión en el espacio público, por parte de
las administraciones siempre es rentable si genera lugares urbanos y con
capacidad para ser espacios próximos, cotidianos y adaptables. El proyecto
táctico ha de responder a estas necesidades y provenir de la voluntad de las
personas. Hoy debemos ser activistas y
corresponsables de una transformación urbana que nos acerque a una ciudad con
un nuevo modelo de vida ecológico.
Ecuador es uno de los pocos países que
constitucionaliza el Derecho a la Ciudad, procurando con ello un Estado
garantista de derechos que determine directrices para la política urbana, en
las que se establecen la función social y ambiental de la ciudad, y el bien
común sobre el beneficio individual.
Lefebvre (1978) define que el Derecho a la Ciudad “sólo puede formularse como derecho a la vida urbana, transformadora, renovadora”, transformación que no es posible si persisten las desigualdades, la inequidad y las violencias. Sin duda, la única forma de tener ciudades renovadas, será a partir de enfrentar a la desigualdad y erradicar las violencias, que se concentran en los sectores más empobrecidos y en grupos de atención prioritaria que suman vulnerabilidades, y que se expresan en el territorio.
Harvey considera que, más que un derecho a acceder a
los recursos que tiene la urbe, supone el derecho a plasmar, cambiar o
reinventar el modelo de ciudad con nuestros deseos (2013). Nos obliga a exigir,
a los gobiernos nacional y local, el cumplimiento constitucional y un mayor compromiso
desde lo local para la concreción, efectivización, y el posibilitar el
ejercicio pleno de los derechos en las ciudades.
Las ciudades son el resultado de una planificación
generada por hombres blancos, mestizos, desde “realidades de privilegio” y desde
vivencias en la ciudad, acceso a infraestructura, servicios, movilidad y espacio
público.
Estas lógicas, distantes a la mayoría de la población,
dan como resultado una planificación que vulnera y suma violencias que inician
desde el desconocer las necesidades, individuales y colectivas, de adultos
mayores, mujeres, niños, niñas, adolescentes, personas en movilidad humana y
grupos LGBTIQ+.
La ciudad no está pensada para incluir, ni se ha
construido desde la prioridad social, ha prevalecido su producción material,
política y de significados en la lógica de economía de comercio, y no a
economía de cuidados. La ciudad responde al capital y deja de lado lo escencial,
su construcción sobre la base de los derechos y, con ello, la lucha contra la
mayor violencia que es la exclusión.
Varias ciudades latinoamericanas comparten esta
condición de segregación socio-espacial que con la pandemia se ha evidenciado
desgarradoramente, y se ha amplificado con desempleo, aumento de brechas y debilitamiento
del Estado, evidenciado en la reducción o desaparición de servicios de
protección.
La compresión del desafío de establecer nuevos
significados en la producción social del hábitat, que prioricen el ejercicio
pleno de derechos permitirá enfrentar las violencias.
Fotografía: Vista panorámica Quito
Quito, es la primera ciudad en Ecuador que se compromete
a ser libre de violencia de género (2019) y, en un segundo momento (2022), ir
hacia una ciudad libre de racismo, discriminación y todas las formas conexas de
intolerancia; por lo que entendemos que:
Para
erradicar todas las formas de violencia, discriminación, racismo y xenofobia hay
que indagar y evaluar las fuentes estructurales de reproducción, para adoptar
políticas públicas eficaces y mitigar las causas que las generan, y afectan
ámbitos familiares, laborales, educativos, políticos y sociales.
Una
cultura sin violencia de género, racismo, discriminación o intolerancia solo será
viable si se reducen las brechas económicas y de inclusión social, siendo
necesario establecer políticas públicas y acciones en los ejes de educación,
empleo, salud, participación sociopolítica, comunicación y cultura.
Adoptar
y ejecutar políticas públicas tendientes a desterrar todas las manifestaciones
de violencia de género, discriminación, racismo y la intolerancia, exige
compromiso y esfuerzos compartidos de actores públicos, de sociedad civil, de
organizaciones no gubernamentales nacionales e internacionales.
El debilitamiento de los servicios, ha impulsado a generar
legislación para la erradicación de trabajo infantil, cuyas cifras develan que
son mayoritariamente las niñas las que trabajan. Esta visibilización pretende
ir hacia políticas públicas de ciudad que destierren prácticas naturalizadas.
Proteger
a los adultos/as mayores, afectados por violencia patrimonial, desde la primera
Junta del país de Protección especializada en mujeres y adultos mayores con el
objeto de establecer medidas administrativas de inmediato cumplimiento.
La violencia que sufren los adultos y adultas mayores
pertenecientes a pueblos y nacionalidades, ha permitido que las y los
estibadores, tricicleros y cuidadores de carga tengan normas que reconocen,
dignifican y regulan su trabajo, reconociendo la interculturalidad de migrantes internos
que se autoidentifican indígenas, que han dejado sus tierras y que se han
encontrado con falta de reconocimiento, discriminación y explotación desde
trabajos exigidos y demandantes en esfuerzo físico cuyo reconocimiento
económico es mínimo (3 centavos de dólar por quintal).
Las nuevas luchas, deben refundar significados, garantizar
derechos desde el reconocimiento y compromisos claros a escala local:
Recuperar la confianza en los gobiernos y sobre todo en
la política, especialmente en la feminización de la política desde otra
perspectiva que incluye la comprensión de la vida, de los cuidados, de la
igualdad, de los hijos e hijas, de las diversidades, de la tercera edad.
Construir confianza con la acción y las voces de los no
visibles, desde la diversidad, lo popular, lo rural, con representación
plurinacional y multiétnica; recuperar y acercar la construcción de políticas
públicas, construir cercanía y valoración de la acción que asume las
reparaciones y las acciones afirmativas como una prioridad.
Prioridades desde los compromisos con: la erradicación de
las violencias, en particular la estructural e institucional, y la violencia
política. Compromisos con el ambiente, los ODS, bienes comunes, diversidad,
lucha contra la discriminación, racismo, acceso a los derechos y movilidad
humana.
Centrarnos en cómo hacer posible el buen vivir en
igualdad sin violencias.
Nos inspiran las voces de quienes no han sido escuchados;
que nos exigen urgentes acciones, que nos reclaman sobre la demora en actuar. Queremos
seguir sumando militantes para consolidar un futuro comprometido, estructurado
y centrado en quienes debemos escuchar.
Fotografía: Estibadores del Distrito Metropolitano de Quito
Comprender de dónde venimos, nuestras historias desde la
diversidad y visibilizar a los invisibles, en donde la crisis de los cuidados
en las mujeres indígenas y afrodescendientes se basa en la distribución sexual
y social del trabajo, con un componente adicional, la biologización de la raza
que pretende justificar la explotación indiscriminada.
La violencia se expresa también en los cuidados, que
están concentrados en las mujeres y más aún en las mujeres afrodescendientes
(60% de estos trabajos los hacen mujeres afroecuatorianas), nos enfrenta a una
sociedad racializada e inequitativa en donde esta crisis de cuidados va más
allá del envejecimiento de la población y el incremento de la natalidad; con el
transcurrir del tiempo las mujeres esclavizadas fueron “domesticadas” al servicio
de la casa.
Poner en el centro a los seres humanos, a trabajar por la
igualdad de derechos, por un hábitat que facilite relaciones sociales y una
lucha permanente e incansable por erradicar las violencias, el racismo y la
discriminación, hace que la política pública se enfoque hacia la generación de
nuevos urbanismos, hacia el fortalecimiento de organizaciones sociales, líderes
y líderesas barriales en toda su diversidad y condición etárea para encaminarnos
hacia ciudades de cuidados, ciudades cuidadoras que priorizan las necesidades
de quienes han estado olvidados.
El camino de la construcción social del hábitat, del bien
común sobre el individual, de la función social y ambiental de la ciudad para
alcanzar el buen vivir, no será posible, si no atacamos las causas
estructurales que nos impiden vivir en equidad, entendiendo que, para ello, el
enemigo es la desigualdad y con ello la pobreza, el desempleo, el racismo y la
xenofobia.
Los sistemas regulatorios
de las naciones y los gobiernos locales se sustentan, sin duda, en sus plexos
jurídicos de base, y por ello, analizar cada situación resulta compleja por las
características propias de los sistemas republicanos y democráticos de los
países. Sin embargo, las constituciones modernas (América Latina, Caribe, UE) han
logrado en muchos casos poner en la agenda pública los temas urbanos y
metropolitanos, en un proceso de constante cambio, actualización y reformulación,
para facilitar el desarrollo y la calidad de vida, y servir como hoja de ruta
de las inversiones públicas y privadas. Ese proceso, a la vez, ha derivado en numerosos marcos
legales y guías de políticas públicas complementarios, que han acompañado los
planes de desarrollo y crecimiento de los estados y, claro está, de sus
gobiernos locales.
El proceso de globalización y las tendencias mundiales dan cuenta de una creciente urbanización, en particular en América Latina, con porcentajes de población urbana superiores al 70%. Argentina es uno de los países más urbanizados del mundo y el segundo más urbanizado de América Latina, con una población urbana que alcanza el 92% del total[1].
El tema urbano se ubica en un lugar destacado en la agenda pública de los países, en particular de sus gobiernos locales (regiones, provincias, municipios) y es hoy el gran desafío que enfrenta la sociedad para adaptarse a los retos que impone siglo XXI, transitando la IV Revolución Industrial[2].
El crecimiento urbano (no siempre homogéneo)
nos conduce sin atajos a establecer marcos regulatorios modernos que otorguen
seguridad y estabilidad jurídica[3]. Contar con una guía
sobre Política Nacional Urbana es un buen comienzo para definir, entre otros,
los lineamientos de ordenamiento territorial[4]
y desarrollo regional, y establecer un Plan Estratégico Territorial, como marco
de referencia para la inversión pública y privada, que faciliten el desarrollo
equitativo y sustentable de las comunidades.
La planificación
estratégica de los gobiernos locales tiene como objetivo complementar y no
suplantar la planificación urbana tradicional. La gestión territorial incluye
la planificación y la regulación, que nos permite abordar y enfocarnos en el
desarrollo humano como aspecto central (calidad de vida, hábitat, vivienda,
empleo, educación y salud)[5].
Las nuevas formas de gestión pública sostenible, incluyen la promoción de las ciudades hacia el exterior, la promoción interna de la ciudad, la innovación política y administrativa, la innovación en las tecnologías de gestión pública y la actualización de las regulaciones. Una gestión renovada, flexible, orientadora, dinámica de anticipación y estratégica[6].
Muchas veces la ausencia de
instrumentos jurídicos y de gestión integrales, ha sido un obstáculo para que
los gobiernos de los distintos niveles, puedan lograr la coordinación y articulación,
para gestionar y planificar las ciudades y su territorio.
La Política Nacional Urbana (PNU), es una herramienta que permite a los estados, orientar el proceso de urbanización y constituye un instrumento guía que establece una visión clara y coordinada de las direcciones que deben tomar las políticas públicas en torno al desarrollo territorial de las ciudades, posibilitando una mayor y mejor coordinación vertical y horizontal[7].
El Plan de Acción Regional (PAR)[8] para la implementación de la Nueva Agenda Urbana en América Latina y el Caribe (2016-2036), surgió con el objetivo de tener un marco estratégico de política y herramienta de gobernanza. Promueve y fomenta un nuevo paradigma urbano que reconoce a la ciudad como un bien público que garantiza los derechos económicos, sociales, culturales y medioambientales de todos; y a la vez es una base que impulsa un marco de desarrollo de las ciudades pequeñas y emergentes, medianas y grandes y las áreas metropolitanas. Es sin duda un impulso para la elaboración de un proceso técnico sostenido en la construcción de bases legales, capacidades instituciones, procedimientos administrativos e instrumentos financieros modernos[9].
Fuente: Política Nacional Urbana (2018), Argentina.
La Agenda 2030 (en
particular los ODS 11 y 17) y la NAU-Hábitat III, son una hoja de ruta que
establecen lineamientos que guiarán el desarrollo sostenible de nuestras
ciudades en los próximos años, y permitirán mejorar la toma de decisiones.
Un buen ejemplo de sustentabilidad y sostenibilidad jurídica es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Ya su constitución (1996) establece políticas de estado, el Plan Urbano Ambiental, el Código de Planeamiento Urbano y el Plan Estratégico; y el Modelo Territorial Buenos Aires 2010-2060, que es un instrumento de diagnóstico, análisis y planeamiento urbano (con su matriz de indicadores urbanos) que plasma una visión de futuro del modelo de ciudad sustentable[10].
Este plexo jurídico de
base contemporáneo, establece un marco de primer orden para los procesos de
planeamiento. Es tan innovador, que le da rango constitucional a la creación
del COPE (Consejo de Planeamiento Estratégico) como instrumento de planificación
participativa, que cuenta con iniciativa
legislativa. Un proceso innovador, eficiente y sostenible, para constituir a la Ciudad
de Buenos Aires, en una Ciudad del Futuro.
Otro gran desafío, que reconoce cada vez más actualidad, son los marcos normativos de las áreas metropolitanas en América Latina, que superando colisiones institucionales y regulatorias ya no sean un mero título administrativo, sino que constituyan áreas territoriales de administración, coordinación, regulación, control y gestión de recursos específicos. Se destacan en América Latina los casos de Brasil, Colombia y México[11], en los que sus marcos legales constitucionales, dar fuerza, sustento y seguridad jurídica a los procesos de gobernanza metropolitana, que luego derivan en regulaciones complementarias de los gobiernos locales. Otros países cuentan con marcos regulatorios de diferente jerarquía (Argentina, Chile, Uruguay)[12].
Pero es necesario incorporar a estos
procesos regulatorios, a las ciudades intermedias (pequeñas y medianas), que
sin duda son el motor de transformación en el siglo XXI, como actores de la
descentralización administrativa, que vienen consolidando
sus procesos de planificación estratégica, alineados con las agendas globales.
Involucrar a las legislaturas locales en el debate y aprobación de los procesos de planificación estratégica participativa y agendas globales, permite consolidar políticas de estado. Es un proceso difícil, lento, pero no imposible[13].
Ningún modelo seguramente
ha completado todos los procesos de regulación, articulación, implementación y
diseño de herramientas de gestión que consolide el Derecho a la ciudad,
con una reingeniería jurídica sustentable, pero podemos definir y
compartir algunos marcos teóricos y líneas base, a saber:
Política Nacional Urbana – Planificación Estratégica Territorial – Ley y/o Modelo de Ordenamiento Territorial – Plan Urbano Ambiental – Marcos regulatorios sobre Inversión y Financiamiento (PPP, Iniciativa Privada, Plusvalías Urbanas) benchmarking, regulación de uso del subsuelo urbano, gestión de activos de infraestructura, indicadores de sustentabilidad urbana, monitoreo y control, áreas metropolitanas, cooperación descentralizada (multilateral/triangular)[14], agendas de cooperación-, agendas globales (Hábitat III/Agenda 2030), entre otros.
Las “megaciudades” (más
de 10 millones de habitantes) se destacan por su complejidad, dinamismo y
estructuras sólidas, ya que muchas cuentan con marcos regulatorios modernos en
los temas referidos. La asignatura pendiente es impulsar las ciudades intermedias
(las ciudades del futuro) a mejorar su estructura de planificación urbana con
sus propias tipologías[15],
y actualizar sus regulaciones para gestionar los territorios para el desarrollo
urbano próspero y sostenible. La gestión de activos de
infraestructura ágil, flexible, segura y equitativa permitirá el desarrollo de
estas ciudades.
Este sintético ensayo busca
ser un disparador para el debate, frente a la creciente urbanización, y en particular
mostrar algunos ejemplos, entre otros, de cómo diferentes marcos regulatorios de
nuestro entorno, van acompañando los procesos de planificación y desarrollo.
Lo urbano nos moviliza hacia una visión estratégica común,
participativa y sustentable en lo regulatorio que nos permita enfrentar los
retos de un mundo en crecimiento y desarrollo.
[1] Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda (2018) Argentina Urbana: Plan Estratégico Territorial, 1° ed. Argentina. [2] Schwab, K. (2016) La cuarta revolución industrial. Ed. Debate. [3] Declaración Iberoamericana CIDEU 2020. [4] Leyes de OT. Ej: Prov. Bs.As. [5] Ob.cit 1 [6] ROCCATAGLIATA, J.A. (2008) La Argentina: Una visión actual y prospectiva desde la Dimensión Territorial. Editorial EMECÉ. Buenos Aires. [7] MIOPyV (2018) Política Nacional Urbana Argentina. En el marco del Convenio de Colaboración ONU Hábitat [8] CEPAL, Naciones Unidas (2018) Plan de acción regional para la implementación de la nueva agenda urbana en América Latina y el Caribe, 2016-2036. CEPAL. [9] Ob.cit 6 [10] Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Constitución (http://www.infoleg.gob.ar/?page_id=166), Planes locales (https://www.argentina.gob.ar/interior/secretaria-de-planificacion-territorial-y-coordinacion-de-obra-publica/planes-locales/caba) [11] Costa, M.A., Lui L., Rebello S.T., (Cood.) (2002) Gobernanza Metropolitana en América Latina: un panorama de las experiencias contemporáneas desde una perspectiva comparada. CEPAL, Ipea. [12] Argentina. Proyecto legislativo N° 2826-D-2020. Creación de la Agencia para la Región Metropolitana Buenos Aires. ECOM, Rosario, Argentina, ente metropolitano. Ley provincial N° 13.532/19 que regula las áreas metropolitanas en la Provincia de Santa Fe. [13] Lanús, PBs.As. Ordenanzas N° 13039/20 (Plan Estratégico Visión 2030), N° 12766/19 (Agenda 2030) y N° 13238/21 (NAU-Hábitat III). Mar del Plata, N° 24296/19 (Adhesión Agenda 2030). Berazategui, Nº 5753/19 (Plan Estratégico / Agenda 2030). Entre otros. [14] Argentina: Art. 124 de la CN(1994) [15] CGLU (2017) GOLD IV: Co-creando el futuro urbano. La agenda de las metrópolis, las ciudades y los territorios.
“¿A poco un
reglamento puede ser machista?”, me preguntó un periodista
recientemente. “Debemos implementar la perspectiva de
género, pero no sabemos cómo”, es una de las frases más comunes que
escucho cuando se discute el tema con los equipos de gobierno, incluso de
sociedad civil, que ha incorporado ese lenguaje en su portafolio sin saber por dónde
se inicia el cambio sustantivo. “Es decir que tenemos
que pensar en autobuses rosas?”, me dijeron en un taller con
expertos en transporte. Hacer política pública con perspectiva de género va más allá de solo asegurarse que los
documentos tengan lenguaje incluyente o pensar en
campañas de acoso.
Tener políticas y proyectos con perspectiva de género es poder identificar si la política ayuda a reducir las desigualdades entre hombres y mujeres, entre los sectores más vulnerados por un sistema social diseñado para perpetuar estereotipos, roles y violencias que permiten que un sector de la población se beneficie de las vulnerabilidades de otro sector.
Para entender cómo podemos ver una política
pública con perspectiva de género, debemos reconocer que vivimos en un sistema
sexo-genérico que asigna estereotipos y roles sociales a las personas de
acuerdo al sexo con el que nacemos. A las mujeres “nos toca” privilegiar el
cuidado de la familia por encima del desarrollo profesional o la independencia
económica, nuestro trabajo se concibe como una obligación y, por lo tanto, no
se remunera. Aprenderemos cómo cubrir nuestras necesidades en la ciudad a pesar
de que la ciudad que no se diseña para facilitarnos esas tareas. A los hombres
“les toca” proveer, ser productivos, llevar el sustento al hogar.
Muchos trabajos se diseñan para perpetuar esta división sexual del trabajo, estableciendo condiciones de acceso sólo para las personas que pueden dedicar su tiempo al trabajo porque hay alguien más que cuida de la familia. Los trabajos no son masculinizados, solamente están diseñados para que una mujer que tiene labores de cuidado no pueda cumplir con los requisitos de acceso o permanencia. Lo vemos también en la arquitectura: los reglamentos exigen mejores condiciones de habitabilidad para las salas que para las cocinas, los baños de hombres no cuentan con cambiadores para bebes, o que el baño de mujeres no siempre facilita nuestra higiene menstrual.
En transporte, por ejemplo, seguimos
pensando que los viajes más importantes son de ida y vuelta a la escuela y al
trabajo, agrupando los “otros” viajes en categorías que no importan. Estos
“otros” son viajes de cuidado (Madariaga, 2013), hechos principalmente por
mujeres: viajes de compras, trámites, salud, acompañamiento de terceras
personas, asistencia, etc. Estos viajes de cuidado, realizados principalmente
por mujeres, llegan a contar cerca del 40% de los viajes en una ciudad y la
planeación actual simplemente los ignora. Al ser concatenados y no lineales -de
ida y vuelta-, los ingenieros en transporte suelen decir: “son costosos de
levantar y difíciles de analizar”. Esto provoca que los sistemas de transporte
respondan a quienes hacen viajes “fáciles”, es decir, pendulares, olvidando los
viajes en cadena que necesitan más conexión, mayor flexibilidad y una mejor
infraestructura de acceso.
Otro ejemplo es el diseño de parques y
espacios públicos. En un viaje reciente a La Paz, me llamó la atención la gran
cantidad de canchas de fútbol que se adecuaban por todos los rincones. “Nuestro presidente apoya mucho al deporte, aunque nuestro
equipo nacional no es bueno”, me dijo una funcionaria municipal. Le
pregunté: ¿Qué juegan las mujeres?, ¿Dónde juegan ellas? Ahí se dio cuenta de que
nunca había pensado que para ellas no había una inversión tan grande para su
deporte de preferencia.
Así como zonificamos la ciudad, hacemos los parques, áreas deportivas monofuncionales, encerramos a la niñez en jaulas de juegos y reducimos al mínimo la vegetación para ahorrar en mantenimiento. Aun cuando la percepción de inseguridad es más alta para las mujeres, las banquetas las diseñamos al mínimo, la iluminación se dirige al vehículo y no a la banqueta, suelen no existir rampas, pasos peatonales continuos, múltiples obstáculos, se elimina la sombra porque la vegetación es costosa de mantener, y así hacemos que caminar sea difícil. Diseñamos desde la función de recreación o de traslado, y no de cuidado. Nos preocupamos porque existan los espacios, pero no cómo deben funcionar para las personas más vulnerables se sientan seguras en ese espacio.
Cuando tomamos decisiones por y para la ciudad, las hacemos con base en nuestra propia experiencia de vida en la ciudad. Pero cuando esas decisiones solo se han hecho por una parte de la población que conoce un rol, el otro se ignora y por lo tanto sus necesidades se olvidan. ¿Por qué pedimos más presencia de mujeres y grupos diversos en los espacios de toma de decisión? justamente para poder cubrir ese hueco de información que pone en la mesa una experiencia de vida diferente.
Por dónde empezamos: primero, reconociendo
cómo estos roles y estereotipos de género están presentes en nuestra vida y
nuestra profesión; segundo, exigiendo que todas nuestras mediciones, datos o
indicadores tengan datos desagregados por sexo y edad, procurando incluir las
condiciones que identifican grupos en situaciones de vulnerabilidad, tales como
personas con discapacidad, condición social, etnia, entre otras, de otra forma
no podremos identificar las diferencias; y tercero, preguntarnos si lo que
estamos diseñando ayudará a cuidarnos o nos vulnera.
Desde el feminismo empujamos un cambio de
paradigma de pasar de un estado proveedor a un estado cuidador. Lograr ciudades
que cuiden y no solo que produzcan. La productividad en nuestro sistema
capitalista siempre se sostendrá en una parte de la población que realiza
trabajo no remunerado de cuidado.
¿Cómo sería una ciudad si la diseñáramos desde la perspectiva de las mujeres? Sería sin duda una ciudad cuidadora, una ciudad cercana que nos facilite los traslados, el acceso a servicios y trabajo cerca de las viviendas, de nuestra red de cuidados; porque caminamos, cargamos cosas, acompañamos personas, nos cansamos, nos cuidamos, vigilamos a otros o a nuestro entorno, construimos redes de apoyo, formamos comunidad. Es necesario que el estado invierta más en el cuidado y para eso se requiere que re-pensemos la ciudad y sus mecanismos desde la perspectiva de género, que erradique roles y nos enseñe que la labor de cuidado nos toca a todos y todas por igual.
Bibliografía:
Sánchez de Madariaga, I. (2013). The Mobility of Care: A new Concept in Urban Transportation. In Sánchez de Madariaga, I., & Roberts, M. (Eds.), Fair Share Cities: The Impact of Gender Planning in Europe. London: Ashgate.
A partir de 2015, con la entrada de un nuevo equipo de gobierno integrado por destacados/as activistas del derecho a la vivienda, se aborda en Barcelona de una manera prioritaria la problemática de la vivienda. El contexto de partida puede resumirse a través de dos datos clave: el reducido número del parque público de vivienda, que representa sólo el 2% del parque de la ciudad (frente al 15% de media en la Unión Europea); y la fuerte incidencia de desahucios, que, si bien en un principio eran fruto de ejecuciones hipotecarias, en la actualidad más del 80% de estos son causados por dificultades para hacer frente al pago del alquiler.
@ Vicente Zambrano González
Para abordar este complejo fenómeno, la ciudad de Barcelona se dotó de un Plan Estratégico por el Derecho a la Vivienda con el objetivo de garantizar su función social. Este plantea un giro radical en la concepción de la vivienda y en la defensa de ésta como un derecho, con un horizonte temporal de diez años, de 2016 -2025. Fue elaborado con amplia participación de la sociedad civil y redactado desde el territorio. Identifica objetivos principales y se estructura en cuatro ejes de actuación con una batería de medidas para mejorar la calidad del servicio público en el ámbito de la vivienda. El plan tiene un tratamiento particular para cada uno de los distritos y barrios de la ciudad contemplando al mismo tiempo colectivos específicos.
El primero de los ejes está orientado a prevenir y atender la exclusión residencial a través de medidas de carácter complementario, como la creación de una red de oficinas de vivienda por distritos, servicios especializados en medición y apoyo a personas en proceso de pérdida de vivienda, una serie de ayudas sociales para paliar la pobreza energética y emergencia habitacional, así como sanciones a grandes propietarios que incumplan sus obligaciones.
@Goroka
El segundo eje, aborda la garantía del buen uso de la vivienda a través de medidas como la movilización de vivienda vacía y la realización de censos y sanciones para su correcta monitorización. Igualmente, se cuida el mantenimiento del uso residencial y de quien lo habita a través de la detección de acoso inmobiliario, la regulación y limitación del uso turístico de las viviendas y la regulación de los precios de alquiler. Por último, este eje planea la mejora del conocimiento y gestión del parque público a través de acciones de inspección, regulación y sanción del parque público de alquiler.
El tercer eje se centra en una cuestión clave como es la ampliación del parque de vivienda asequible. Por un lado, a través de la generación de nuevos solares para la vivienda protegida, implementando nuevos modelos de vivienda social o incluso comprando edificios existentes para destinarlos al alquiler público. Por otro lado, se extienden y mejoran las ayudas al alquiler en el mercado privado, promoviendo programas y entidades específicas que faciliten e impulsen la movilización del parque de vivienda privado para convertirlo en asequible. Esto se hace a través de la captación de vivienda privada por medio de programas de gestión público de alquiler, fomentando la rehabilitación para destinarla al alquiler asequible, así como impulsando el mercado social de la vivienda, apoyando a su vez el modelo de cooperativas en cesión de uso, “masovería urbana”, o la promoción de viviendas de alquiler asequible por parte de entidades sociales.
Destacan dentro de este tercer eje dos hitos en política de vivienda que permiten a Barcelona converger con experiencias de buenas prácticas del centro y norte de Europa. Por un lado, el convenio firmado con entidades sin ánimo de lucro para la construcción o rehabilitación de inmuebles en régimen de alquiler o cesión de uso a través del cual el Ayuntamiento de Barcelona se compromete a ceder suelo para la construcción de 1.000 viviendas, de las cuales casi la mitad están ya en fase de tramitación. Y, por otro lado, la constitución del primer operador público privado, denominado “Habitatge Metrópolis Barcelona” de ámbito metropolitano que, con el mismo sistema de cesión de suelo público, tiene como objetivo la construcción de 4.500 viviendas asequibles, de las cuales 2.500 estarían en Barcelona ciudad. Ambas iniciativas, de carácter público – privada la primera y público – comunitaria la segunda, suponen una experiencia de gestión mixta por un período de más de cincuenta años, a cuyo término acabarían pasando a integrar el parque público de vivienda social de la ciudad.
El cuarto eje estratégico propone mantener, rehabilitar y mejorar el parque actual. Para ello se plantea un mejor conocimiento del estado del parque actual, así como una política de rehabilitación enfocada al derecho a la vivienda y ayudas a la rehabilitación interior y exterior de los edificios. Igualmente, se incluyen ayudas a la rehabilitación y nuevos mecanismos que faciliten la financiación y fomenten el empleo digno a través de ésta.
En síntesis, el plan estratégico plantea soluciones para garantizar la función social de la vivienda más allá de su concepción como bien de mercado, conjugando medidas orientadas a prevenir fenómenos urgentes de emergencia habitacional, así como a largo plazo, sentando las bases de una nueva política. La diversificación de fórmulas y complementariedad de medidas comprendidas buscan de este modo, garantizar la no privatización del parque de vivienda social y generar un nuevo segmento en el mercado que garantice la asequibilidad permanente de la vivienda y compromiso del interés general de las inversiones públicas.
El Plan Estratégico por el Derecho a la Vivienda y sus estrategias se está compartiendo actualmente en la Microrred de Estrategias Urbanas de Derecho a la Vivienda de la que participan referentes vinculados/as a la política de vivienda de Antioquia y Bogotá (Colombia), Barcelona (España), Buenos Aires (Argentina), Lima (Perú), Montevideo (Uruguay) y Tijuana (México).